lunes, 3 de septiembre de 2012

DOS PERONISTAS, DOS MONTONEROS, PARA ESO VIVIERON, POR ESO MURIERON

FERNANDO ABAL MEDINA Y CARLOS GUSTAVO RAMUS


ABAL MEDINA, LA HISTORIA DE UNA PASIÓN

Muy delgado, cara de niño, de mirada penetrante y una inocultable ternura inocente, la imagen, el recuerdo de Fernando Abal Medina es imborrable.

Sin duda fue un líder nato. Se ubicaba en las situaciones o escenarios más complejos con increíble rapidez y con la misma velocidad tomaba decisiones. Decidido, apasionado, con claridad social y política de dónde estaban las víctimas y dónde los victimarios. Siempre en claro de qué lado debíamos estar nosotros.

Su audacia ejercida con una sonrisa irónica y gran desparpajo, no tenía límites. Cuando aparecieron en la calle los afiches de “buscado” con su foto, ante el terror de sus compañeros, se acercaba para cerciorarse si la imagen se le parecía. Sin embargo y pese a la dureza que aquellos años nos habían obligado a representar, por momentos alcanzaba grados de ternura y compañerismo donde florecía el pibe porteño lleno de sueños e inquietudes. Pibe que no olvidaba la plaza del barrio, su plaza, la de los juegos infantiles, ubicada en el centro del poder, la Plaza de Mayo. Y de allí provenían sus recuerdos de los cambios de guardia, con que nos deslumbraba a los provincianos, y lo que pasó cuando su pelota se entreveró entre las botas de los granaderos.

Fernando venía de una familia católica practicante, como la mayoría de los que conformamos los grupos iniciales de Montoneros. Su formación católica fue ensanchándose con el tiempo hacia una mirada cristiana que comenzó a expresarse en el nacionalismo popular y el cristianismo revolucionario que, como alternativa política excluyente, se expresaba en el movimiento popular, el peronismo brutalmente reprimido, proscripto y con su líder en el exilio.

Sus pasos, nuestros pasos, seguidos por decenas de miles de militantes, descubrieron pronto que ese nacionalismo popular tenía límites precisos. Que para enfrentar los intereses imperiales no se podía contar con una alianza estratégica con la burguesía local. Que sólo los trabajadores y el pueblo expresados a través del peronismo revolucionario eran los “portadores” de los cambios profundos que conducirían a la patria justa, libre y soberana.
Su bautismo de lucha gremial y política lo tuvo junto a sus compañeros, entre los que se destacaban Norma Arrostito, su pareja, y la negra Amanda Peralta, participando activamente en la huelga portuaria liderada por Eustaquio Tolosa. Luego vino la militancia intensa en el Cristianismo y el Peronismo Revolucionario con el gordo Cooke y el Pelado Juan García Elorrio. Las diferencias con García Elorrio y la experiencia cubana lo convencen junto a Emilio Maza de que deben superar el espontaneísmo de la heroica resistencia peronista y, clausurados todos los caminos democráticos, asumir la obligación del enfrentamiento armado contra la dictadura militar. La decisión fue muy dolorosa. Fernando, como todos, había sido formado en el respeto absoluto a la vida, desarrollando una sensibilidad social comprometida y protectora especialmente de los sectores populares.

Pero el ir descubriendo la historia de la violencia brutal con que los sectores del poder en Argentina habían tratado de resolver las contradicciones políticas y sociales, se consolidó la urgencia de la transformación revolucionaria. Con el ejemplo de Camilo Torres, el cura revolucionario colombiano, que decía “no sabemos si Dios es mortal pero lo que si sabemos es que el hambre es mortal”, Fernando sintió la necesidad de emprender sin más demoras el difícil camino de intentar impulsar el proceso de liberación. Más aún en 1966, cuando Onganía amenazaba perpetuarse más de 20 años en el poder.

Hubo sin duda hechos que se destacaron, marcas en la vida de nuestro pueblo, que nos formaron e impactaron profundamente. La violencia brutal de los bombardeos a Plaza de Mayo con sus consecuencias en muertes de cientos de vidas inocentes. Los crímenes del 9 de junio del ’56 cuando, para aterrorizar y escarmentar a nuestro pueblo, en forma cruel, ilegítima e ilegal, el dictador Aramburu mandó a asesinar a los oficiales patriotas y a los civiles peronistas, que con el general Valle a la cabeza buscaban el retorno al país del orden democrático. La aplicación durante el gobierno de Frondizi por imposición militar del Plan Conintes, cuya represión absolutamente ilegal es uno de los antecedentes del terrorismo de Estado posterior a 1976.

¿Qué podía esperar Fernando? ¿Qué podíamos esperar los jóvenes ansiosos por participar en la vida de nuestro pueblo, de esa historia de los últimos años que culminaba con el golpe de Onganía en 1966? Una sociedad que a Fernando y a miles de nosotros nos formó con el catecismo en la mano, en el amor al prójimo, en el compromiso con los humildes, y en los principios de la democracia cuya dirigencia convalidaba a través de la asociación perversa de milicos, curas, políticos, jueces y burócratas sindicales la dictadura de Onganía y la transnacionalización de la economía de Krieger Vasena en beneficios del poder económico local asociado a los intereses imperiales.

Esa miseria ética y política de nuestra dirigencia, esa violencia criminal del poder dominante ejercida a través de las Fuerzas Armadas, impactó en forma definitiva en nuestra generación. 

Y por lo tanto, caló profundamente en la sensibilidad rebelde de ese Fernando apasionado y vital que no soportaba ver cómo se pretendía arrodillar a nuestro pueblo arrebatándole la justicia y la dignidad, tratando de no dejar en nuestra patria ni un solo ladrillo que fuera peronista.

Estaba claro que el poder económico, la dictadura, habían instalado la represión y la muerte en la historia, en la vida de nuestro pueblo. Les habían puesto un techo de sangre y terror a nuestros sueños transformadores. Fernando lo vivió como algo insoportable que lo llevó a asumir, como dice la Constitución Nacional, que “todo ciudadano argentino está obligado a armarse en defensa de la patria y de esta Constitución”.

Lo demás es conocido. Williams Morris, La Rueda, se integraron como muchas otras palabras simbólicas al imaginario de la militancia como parte de una historia propia constitutiva de un futuro hoy presente, ganado con la lucha. La Comisaría de Frías, Felipe Vallese, Taco Ralo, Envar El Kadri, Amanda Peralta, Carlitos Caride, el Aramburazo, Emilio Maza, Gustavo Ramus, el negro Sabino, Graciela Doldán, La Calera, el combate de Ferreira, Carlos y Miguelito Olmedo, el viejo Logiurato, el Tata de Gral. Rodríguez, Trelew y otros muchos son nombres, lugares, palabras hoy convertidos en leyendas para la militancia. Hitos que nuestro pueblo reconoce, sabe, siente, que alcanzaron su síntesis en Evita y el Che y que fueron piezas esenciales entre muchas para la construcción de este presente maravilloso y esperanzador que vive nuestra Patria.

Fernando, Emilio, los que ya no están pero siguen en nosotros, aportaron a este Eternauta héroe colectivo que es nuestro pueblo, la capacidad de que hoy, con el ejemplo de Néstor y conducidos por Cristina, siga peleando con Memoria, Verdad y Justicia por la igualdad, la dignidad y la libertad. Lo que Fernando y el movimiento popular sintetizaban en la “felicidad del pueblo y la grandeza de la nación”.
Por: Ignacio Vélez Carreras
Fuente: Miradas al Sur


Así relata el horrible episodio en el bar La Rueda de Williams Morris, la revista El Descamisado:

“Era una reunión de rutina, en esa época nos movíamos mal por inexperiencia, cometíamos errores de funcionamiento, con tal de salir adelante nos movíamos en forma suicida. 

Primero llego un coche y se estaciono en la puerta de la farmacia, bajo un compañero y entro a la pizzería La Rueda, al volante quedo otro, estaba desarmado. El otro coche llego más tarde, estaciono en la puerta de la pizzería y saludo con guiño al otro, bajaron dos compañeros y quedo al volante Carlos Gustavo Ramus, quien tenia una granada y un fierro. Adentro del bar había tres compañeros en una mesa charlando, Fernando Abal Medina, El Negro Sabino Navarro y Luis Rodeiro. Luis era el único que no estaba armando, Fernando y Sabino tenían sus fierros, es ahí cuando llega un patrullero. 

En el patrullero había cuatro canas, dos se fueron para el coche que estaba en la puerta de la farmacia, uno fue hacia el coche donde estaba Gustavo y el otro entro a la pizzería. El policía se acerca y les pide documentos, Fernando le muestra la chapa y el cana se v a caminando hacia la puerta, en ese momento se escuchan tiros, Fernando y el Negro empiezan a disparar contra el cana que empieza a correr. 

El tiroteo se había armado con Ramus, el botón lo quiso apretar y se armó, a Gustavo le exploto una granada en la mano y murió, el cana quedo tirado en el piso, herido, recostado contra el árbol, justo frente a la puerta de la pizzería. Los dos canas se habían ido a apretar al otro chofer, lo habían palpado de armas y ya se iban, al escuchar el tiroteo se refugian en una obra en construcción y comienzan a disparar contra la entrada de la pizzería. 

Dentro Fernando y El Negro hacían cuerpo a tierra y comienzan a disparar contra la obra en construcción, pero quedan cercados y deciden salir. Fernando salió primero, el cana que estaba tirado en el suelo lo recibe con un balazo en el corazón, el Negro sale detrás y tropieza con el cuerpo de Fernando y cae encima de él, el cana le sigue tirando pero le erra, Sabino lo mira a Fernando y se da cuenta que murió, luego se acerca al coche y lo ve a Gustavo todo ensangrentado, muerto por la explosión de la granada. Con la pistola descargada se mete en una casa vecina y se queda un rato allí. 

Entretanto, el compañero que estaba en el otro auto se logra escapara a pie y Rodeiro cae preso. Sabino comienza a saltar techos y se escapa, llama a un compañero, le da un cita y van juntos a levantar las cosas de Fernando y Gustavo"

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