FERNANDO ABAL MEDINA Y CARLOS GUSTAVO RAMUS
ABAL MEDINA, LA HISTORIA DE UNA PASIÓN
Muy delgado, cara de niño, de mirada penetrante y una
inocultable ternura inocente, la imagen, el recuerdo de Fernando Abal Medina es
imborrable.
Sin duda fue un líder nato. Se ubicaba en las situaciones o
escenarios más complejos con increíble rapidez y con la misma velocidad tomaba
decisiones. Decidido, apasionado, con claridad social y política de dónde
estaban las víctimas y dónde los victimarios. Siempre en claro de qué lado
debíamos estar nosotros.
Su audacia ejercida con una sonrisa irónica y gran
desparpajo, no tenía límites. Cuando aparecieron en la calle los afiches de
“buscado” con su foto, ante el terror de sus compañeros, se acercaba para
cerciorarse si la imagen se le parecía. Sin embargo y pese a la dureza que
aquellos años nos habían obligado a representar, por momentos alcanzaba grados
de ternura y compañerismo donde florecía el pibe porteño lleno de sueños e
inquietudes. Pibe que no olvidaba la plaza del barrio, su plaza, la de los
juegos infantiles, ubicada en el centro del poder, la Plaza de Mayo. Y de allí
provenían sus recuerdos de los cambios de guardia, con que nos deslumbraba a
los provincianos, y lo que pasó cuando su pelota se entreveró entre las botas
de los granaderos.
Fernando venía de una familia católica practicante, como la
mayoría de los que conformamos los grupos iniciales de Montoneros. Su formación
católica fue ensanchándose con el tiempo hacia una mirada cristiana que comenzó
a expresarse en el nacionalismo popular y el cristianismo revolucionario que,
como alternativa política excluyente, se expresaba en el movimiento popular, el
peronismo brutalmente reprimido, proscripto y con su líder en el exilio.
Sus pasos, nuestros pasos, seguidos por decenas de miles de
militantes, descubrieron pronto que ese nacionalismo popular tenía límites
precisos. Que para enfrentar los intereses imperiales no se podía contar con
una alianza estratégica con la burguesía local. Que sólo los trabajadores y el
pueblo expresados a través del peronismo revolucionario eran los “portadores”
de los cambios profundos que conducirían a la patria justa, libre y soberana.
Su bautismo de lucha gremial y política lo tuvo junto a sus
compañeros, entre los que se destacaban Norma Arrostito, su pareja, y la negra
Amanda Peralta, participando activamente en la huelga portuaria liderada por
Eustaquio Tolosa. Luego vino la militancia intensa en el Cristianismo y el
Peronismo Revolucionario con el gordo Cooke y el Pelado Juan García Elorrio.
Las diferencias con García Elorrio y la experiencia cubana lo convencen junto a
Emilio Maza de que deben superar el espontaneísmo de la heroica resistencia
peronista y, clausurados todos los caminos democráticos, asumir la obligación
del enfrentamiento armado contra la dictadura militar. La decisión fue muy
dolorosa. Fernando, como todos, había sido formado en el respeto absoluto a la
vida, desarrollando una sensibilidad social comprometida y protectora
especialmente de los sectores populares.
Pero el ir descubriendo la historia de la violencia brutal
con que los sectores del poder en Argentina habían tratado de resolver las
contradicciones políticas y sociales, se consolidó la urgencia de la
transformación revolucionaria. Con el ejemplo de Camilo Torres, el cura
revolucionario colombiano, que decía “no sabemos si Dios es mortal pero lo que
si sabemos es que el hambre es mortal”, Fernando sintió la necesidad de
emprender sin más demoras el difícil camino de intentar impulsar el proceso de
liberación. Más aún en 1966, cuando Onganía amenazaba perpetuarse más de 20
años en el poder.
Hubo sin duda hechos que se destacaron, marcas en la vida de
nuestro pueblo, que nos formaron e impactaron profundamente. La violencia
brutal de los bombardeos a Plaza de Mayo con sus consecuencias en muertes de
cientos de vidas inocentes. Los crímenes del 9 de junio del ’56 cuando, para aterrorizar
y escarmentar a nuestro pueblo, en forma cruel, ilegítima e ilegal, el dictador
Aramburu mandó a asesinar a los oficiales patriotas y a los civiles peronistas,
que con el general Valle a la cabeza buscaban el retorno al país del orden
democrático. La aplicación durante el gobierno de Frondizi por imposición
militar del Plan Conintes, cuya represión absolutamente ilegal es uno de los
antecedentes del terrorismo de Estado posterior a 1976.
¿Qué podía esperar Fernando? ¿Qué podíamos esperar los
jóvenes ansiosos por participar en la vida de nuestro pueblo, de esa historia
de los últimos años que culminaba con el golpe de Onganía en 1966? Una sociedad
que a Fernando y a miles de nosotros nos formó con el catecismo en la mano, en
el amor al prójimo, en el compromiso con los humildes, y en los principios de
la democracia cuya dirigencia convalidaba a través de la asociación perversa de
milicos, curas, políticos, jueces y burócratas sindicales la dictadura de
Onganía y la transnacionalización de la economía de Krieger Vasena en
beneficios del poder económico local asociado a los intereses imperiales.
Esa miseria ética y política de nuestra dirigencia, esa
violencia criminal del poder dominante ejercida a través de las Fuerzas
Armadas, impactó en forma definitiva en nuestra generación.
Y por lo tanto,
caló profundamente en la sensibilidad rebelde de ese Fernando apasionado y
vital que no soportaba ver cómo se pretendía arrodillar a nuestro pueblo
arrebatándole la justicia y la dignidad, tratando de no dejar en nuestra patria
ni un solo ladrillo que fuera peronista.
Estaba claro que el poder económico, la dictadura, habían
instalado la represión y la muerte en la historia, en la vida de nuestro
pueblo. Les habían puesto un techo de sangre y terror a nuestros sueños
transformadores. Fernando lo vivió como algo insoportable que lo llevó a
asumir, como dice la Constitución Nacional, que “todo ciudadano argentino está
obligado a armarse en defensa de la patria y de esta Constitución”.
Lo demás es conocido. Williams Morris, La Rueda, se
integraron como muchas otras palabras simbólicas al imaginario de la militancia
como parte de una historia propia constitutiva de un futuro hoy presente,
ganado con la lucha. La Comisaría de Frías, Felipe Vallese, Taco Ralo, Envar El
Kadri, Amanda Peralta, Carlitos Caride, el Aramburazo, Emilio Maza, Gustavo
Ramus, el negro Sabino, Graciela Doldán, La Calera, el combate de Ferreira,
Carlos y Miguelito Olmedo, el viejo Logiurato, el Tata de Gral. Rodríguez,
Trelew y otros muchos son nombres, lugares, palabras hoy convertidos en
leyendas para la militancia. Hitos que nuestro pueblo reconoce, sabe, siente,
que alcanzaron su síntesis en Evita y el Che y que fueron piezas esenciales
entre muchas para la construcción de este presente maravilloso y esperanzador
que vive nuestra Patria.
Fernando, Emilio, los que ya no están pero siguen en
nosotros, aportaron a este Eternauta héroe colectivo que es nuestro pueblo, la
capacidad de que hoy, con el ejemplo de Néstor y conducidos por Cristina, siga
peleando con Memoria, Verdad y Justicia por la igualdad, la dignidad y la
libertad. Lo que Fernando y el movimiento popular sintetizaban en la “felicidad
del pueblo y la grandeza de la nación”.
Por: Ignacio Vélez Carreras
Fuente: Miradas al Sur
Así relata el horrible episodio en el bar La Rueda de Williams Morris, la revista El Descamisado:
“Era una reunión de rutina, en esa época nos movíamos mal
por inexperiencia, cometíamos errores de funcionamiento, con tal de salir
adelante nos movíamos en forma suicida.
Primero llego un coche y se estaciono
en la puerta de la farmacia, bajo un compañero y entro a la pizzería La Rueda,
al volante quedo otro, estaba desarmado. El otro coche llego más tarde,
estaciono en la puerta de la pizzería y saludo con guiño al otro, bajaron dos
compañeros y quedo al volante Carlos Gustavo Ramus, quien tenia una granada y
un fierro. Adentro del bar había tres compañeros en una mesa charlando,
Fernando Abal Medina, El Negro Sabino Navarro y Luis Rodeiro. Luis era el único
que no estaba armando, Fernando y Sabino tenían sus fierros, es ahí cuando
llega un patrullero.
En el patrullero había cuatro canas, dos se fueron para el
coche que estaba en la puerta de la farmacia, uno fue hacia el coche donde
estaba Gustavo y el otro entro a la pizzería. El policía se acerca y les pide
documentos, Fernando le muestra la chapa y el cana se v a caminando hacia la
puerta, en ese momento se escuchan tiros, Fernando y el Negro empiezan a
disparar contra el cana que empieza a correr.
El tiroteo se había armado con
Ramus, el botón lo quiso apretar y se armó, a Gustavo le exploto una granada en
la mano y murió, el cana quedo tirado en el piso, herido, recostado contra el
árbol, justo frente a la puerta de la pizzería. Los dos canas se habían ido a
apretar al otro chofer, lo habían palpado de armas y ya se iban, al escuchar el
tiroteo se refugian en una obra en construcción y comienzan a disparar contra
la entrada de la pizzería.
Dentro Fernando y El Negro hacían cuerpo a tierra y
comienzan a disparar contra la obra en construcción, pero quedan cercados y
deciden salir. Fernando salió primero, el cana que estaba tirado en el suelo lo
recibe con un balazo en el corazón, el Negro sale detrás y tropieza con el
cuerpo de Fernando y cae encima de él, el cana le sigue tirando pero le erra,
Sabino lo mira a Fernando y se da cuenta que murió, luego se acerca al coche y
lo ve a Gustavo todo ensangrentado, muerto por la explosión de la granada. Con
la pistola descargada se mete en una casa vecina y se queda un rato allí.
Entretanto, el compañero que estaba en el otro auto se logra escapara a pie y
Rodeiro cae preso. Sabino comienza a saltar techos y se escapa, llama a un
compañero, le da un cita y van juntos a levantar las cosas de Fernando y
Gustavo"
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